01 enero 2023

GUSI, mi niño bonito!


Enero del 2022, me siento abatida, destrozada, herida, engañada. Una de las personas en la que más he confiado y en la que le he depositado en sus manos todo mi ser me ha clavado un puñal por la espalda.

Pero hay otro ser a mi lado que me lame las heridas y me da todo su amor, sin condición y que siempre está ahí pendiente de mí, incondicional. Es Gusi, mi precioso gatito blanco, mi niño bonito. Todo el amor que hay en mí lo he depositado en este gatito. Lo quiero con locura. Pienso que si algo le pasara yo me hundiría. No lo podría soportar y triplicaría el dolor que pueda sentir ahora.

Gusi es mi bebé, mi nene y mi compañero de fatigas, nunca se separa de mí, ni un minuto, siempre está a mi lado, si puede ser pegadito a mí mejor, manteniendo siempre el contacto físico conmigo, allá donde voy viene él detrás, la cocina, el baño. Incluso cuando me ducho Gusi se achoca en la alfombrilla esperando que salga. En la cama se acurruca a mi lado, o encima de mí y entre mis piernas.
He aprendido a estar consciente cuando estoy en la cocina, que, aunque no lo esté viendo, saber que está ahí, detrás de mí, y así evitar posibles accidentes. Pues una vez, no lo vi y le cayó encima un pollo asado recién sacado del horno… Lógicamente el gato salió disparado. Eso sí, estuvo un par de horas lamiéndose, hasta que lo pude limpiar con espuma en seco para gatos, pero eso y nada es lo mismo, pues se quedó amarillo. Terminé bañándolo en la pila del cuarto de baño con agua templada y jabón y aquel día mientras lo bañaba se oyeron los alaridos de Gusi en toda la finca. Lo sequé, lo cepillé y como me adora se volvió a hacer amigo mío.
Me ronronea constantemente, es su manera de demostrarme lo mucho que me quiere, su amor. Así lo siento y me lo hace sentir. Cuando no está a mi lado, voy a buscarlo, porque si no está pegado a mí lo echo en falta enseguida. Me falta.

Entre Gusi y yo hubo un auténtico flechazo mutuo, desde el minuto cero, cuando entré en aquel refugio de Mallorca. Es difícil de explicar, pero fue una conexión inmediata. Me eligió. Y de algún modo sepe que ese gatito de seis años me estaba esperando. Mi destino era ir a Mallorca para encontrarme con Gusi en un momento de nuestras vidas que más nos necesitábamos el uno al otro.

Luego me contaron su historia, y lo que me impresionó es, que le hubiesen operado para quitarle las uñas, para después abandonarlo en un refugio. Y es que, me parece una salvajada que le hagan eso a cualquier gato, porque es cortarle como los dedos, porque les cortan parte del hueso o tendón donde les nace la uña. Más el postoperatorio que es muy muy doloroso para el animal, más los traumas que le crea, no pueden trepar, ni cazar, ni jugar con los juguetes y mucho menos poderse defender de otros gatos u otros animales. Y desde aquí hago un llamamiento a todas esas personas que han adoptado un gatito y piensan hacerles esa práctica –por lo ilegal– no le deis ese sufrimiento a vuestro animalito. Esta práctica hoy en día está prohibida.
No puedo imaginarme lo que habrá podido sufrir mi gusito, primero las uñas y después abandonado en un sitio que no es su hogar de siempre.

Cuando entré en aquel sitio tan bonito, lleno de tantos gatitos de muchas razas y colores, vi un gato blanco con un ojo de cada color, uno azul y el otro amarillo, que se me metió entre las piernas, restregándose y rozándome con la cabecita. Me enamoré. Como no me sentía capacitada para cogerlo en brazos me senté en una silla y se me subió encima. Así que compré un billete de avión y me lo traje a Valencia. A casa. 

Tengo dos gatitos más, Luz y Leo. Tanto Luz como Leo me dan su cariño y compañía y yo los quiero mucho, pero, la conexión sólo la tengo con Gusi. Es insustituible. 
Se puede decir que no escatimo en nada con mis tres gatos, comen de lo bueno lo mejor. El mejor pienso, las mejores latitas de mercado, y las mejores chuches. La arena vegetal, la más fina, para que no se les claven nada en las patitas cuando hacen pipi o caca, sobre todo Gusi que le faltan las uñitas de sus patitas delanteras. Mi niño bonito.

Digo que la vida no es bonita, pero si tiene cosas bonitas, aunque sí la considero cruel. La vida es cruel con todo ser vivo. Pero sí, una de las cosas bonitas que me ha podido dar la vida, entre otras cosas, es, a Gusi. Da sentido a mi vida junto a Luz y a Leo. Son el sentido de mi vida. Pero Gusi me salvó y yo lo salvé a él.

FIN.

NOTA. Nunca me hubiese imaginado que un año después de haber escrito estas palabras Gusi ya no iba a estar entre nosotros. Falleció por un linfoma el 28 de diciembre de 2022 entre las 16:00 y las 17:00 horas. Un trocito de mí se ha ido, el dolor y el vacío que deja es inmenso.
Me consuela un poquito el pensar que su último aliento estuve junto a él procurando que me oliera y me sintiera. Murió en su mantita oliendo a casa y mi mano acariciando su cabecita.
GUSI 2011-2022


GUSI

 Por Pili Sánchez Banacloy

Mi nombre es Gusi, soy un lindo gatito blanco con un ojo azul y otro amarillo o quizás verde, según la luz con la que se me mire. Ya soy un gato mayor, y en estas últimas semanas me han detectado dos linfomas y me han dado menos de dos meses de vida. Ha llegado mi hora. Mi dueña se llama Pili, a la que adoro. Ella se niega rotundamente a dejarme ir, así que me ha sometido a un tratamiento de quimio, en el que se me va a alargar la vida sólo un año o año y medio más, si respondo positivamente, pues solo tengo un cincuenta por ciento de posibilidades de que salga bien. Yo me siento mejor desde que me están pinchando. 

Fui abandonado en un refugio para gatos en Inca —Mallorca—, por los familiares de mi queridísima dueña de entonces cuando ésta falleció. Recuerdo a aquella ancianita que me colmaba de mimos y atenciones, veíamos juntos las telenovelas de las tardes y mientras yo me acurrucaba en su regazo, ella me acariciaba mi denso pelaje durante horas.

Cuando ella se fue nadie se quiso quedar conmigo, y fui a parar a aquel refugio, donde pasé varios años, durante los cuales tuve que aprender a defenderme de aquellas fieras, sin uñas, pero con dientes. Por razones que nunca se sabrán, pero que se pueden suponer con facilidad, fui operado siendo aún un cachorro y me quitaron las uñas de mis patitas delanteras. Quedé completamente indefenso ante otros felinos, con la imposibilidad de poder trepar, cazar o jugar con algunos juguetes. Menos mal que hoy en día esto está prohibidísimo, pues es algo bastante traumático.

Pasé mi vida de cachorro con aquella viejecita que me tenía en una nube de algodón, y de repente caí directamente al duro suelo. Lo pasé tan mal en aquel sitio que todavía tengo pesadillas y doy pequeños quejidos mientras duermo, y Pili, mi nueva dueña, viene corriendo a ver qué me pasa, me coge y me apapacha, me colma de besos y arrumacos, que yo devuelvo frotando mi cabeza contra ella y moviendo el rabo. Durante varios años estuve en aquel sitio, junto a muchos otros gatos que también habían sido abandonados o perdidos, con una diferencia, ellos sí tenían sus uñas. Todos los días venían algunos humanos que nos cuidaban, nos alimentaban, nos limpiaban y demás, y nos daban cariño acariciándonos. Yo pasaba mis días con el deseo y la esperanza de que alguien viniese me llevase consigo y me diese un bonito y confortable hogar. Pero siempre se llevaban a los más jóvenes, los más cachorros y bebés, por mucho que hiciera alarde de mis encantos cuando venía alguien. Porque, aunque era un gato ya adulto, tengo una belleza exótica. ¡Soy muy guapo, para qué nos vamos a engañar!

Un día apareció por la puerta Pili, enseguida fui a rondarle, frotándome por sus piernas. Ella se quedó encantada y maravillada al verme, quiso cogerme, pero no se atrevió. Entonces se sentó en una silla y me llamó, yo acudí y sin pensármelo dos veces me subí en su regazo y empezó a acariciarme. Se enamoró de mí. Me decía cosas, yo no entendía nada de lo que decía, pero me gustaba. Y entonces, dijo:

—¡Es para mí! Lo quiero, no puedo dejarlo aquí. Me lo llevo a Valencia.

Se fue y al día siguiente volvió con un transportín y me llevaron al veterinario. Me puse tan nervioso y asustado que me lo hice todo encima. Me pusieron las vacunas, un chip, y me sacó un pasaporte para poder entrar en la península, y a partir de ese momento Pili se convirtió en mi mami. Me compró un billete de avión, pero para llevarme con ella en la cabina el transportín debía tener unas medidas específicas y conmigo dentro no pesar más de ocho kilos. Me pesaron y pesaba seis kilos. Con Pili he llegado a pesar ocho kilos, y es que me alimenta muy bien, y además los gatos de mi raza somos corpulentos, vamos, que soy un gato grande.

Yo estoy encantado con mi Pili. Por las noches me acurruco en el hueco que hay entre su barriga y sus piernas y ahí me quedo toda la noche, cuando ella se da la vuelta espero a que se quede quieta y me vuelvo a colocar, siempre pegadito a ella. Y allá donde va, voy yo detrás.

Un año después de mi llegada a mi nuevo hogar, llegó Luz, una preciosa gatita parda con los ojos verde esmeralda, para quedarse con nosotros. Yo me enfadé muchísimo, pensé que me iba a quitar mi sitio y el cariño de Pili, y la atacaba, le tiraba a morder y le bufaba cuando la veía. Pero se me pasó. Hoy somos compañeros y nos damos amor, jugamos al escondite o a perseguirnos, y otras veces nos peleamos, pero nos queremos. Y el año pasado llegó un bebé siamés de tres meses. A este sí que no lo aguanto, es un demonio y me tiene frito. Se llama Leo, en honor a un personaje de una biografía que se estaba leyendo Pili en el momento de su llegada.

Cinco años después, sigo pegado a mi Pili, tenemos una conexión muy fuerte, la he visto reír, y llorar, esto último muchas veces y yo no sé qué hacerle, a veces me pongo simplemente a su lado, para que sienta mi presencia, que estoy ahí con ella. Otras veces la muerdo en el brazo, o en la manga y tiro de ella para llevármela a otro lugar y protegerla. Pero ella no lo entiende y se resiste, al final se enfada, se levanta del sofá y se va, ignorándome por completo. Luz se pone al otro lado de ella cuando la ve triste, Luz no la muerde, solo se pone a su lado, o le reclama caricias y atención frotándole la cabeza en su pierna, para de esa manera distraerla.

Y bueno, hace unas cuantas semanas me empecé a sentir muy mal, dejé de comer, de acicalarme, de dormir, y dejé también de dormir con Pili, ella se alarmó y me metió en el transportín y me llevó al odioso veterinario, y allí me quedé dos días con sus noches. Me durmieron y me hicieron de todo, y me desperté dentro de una jaula, con dos goteros y dos máquinas, con las que creo que me administraban la medicación. Estoy seguro de que Pili se fue a casa y lloraría desconsoladamente por no tenerme con ella. Una de las veces que vino a verme, la muy loca se metió en la jaula conmigo. A mí me habían puesto un comedero con comida húmeda, para a ver si comía. Ella empezó a meterme los trocitos de carne en la boca y yo los iba masticando y tragando, porque Pili me decía que tenía que comer, porque de lo contrario me iban a meter una sonda por el cuello. –¡Oh no, eso no! – Ya me habían hecho bastantes chichinas, pinchándome por todas partes, me habían afeitado la barriga entera, parte del cuello y las dos patas, una de las patas la tenía con un vendaje por donde salía un tubo enganchado a una aguja clavada en mi pata.

Dos días después de darme el alta, nos mandaron a un hospital de especialidades veterinarias, que está en un polígono industrial fuera de la ciudad. Fuimos al departamento de oncología. Yo, desde el trasportín, veía las lágrimas de mi Pili, y tras una larga deliberación con el oncólogo, me miró y me dijo: 

–¡Vas a vivir un año más! Y me dicen que no vas a tener efectos secundarios–. Acto seguido, el oncólogo me cogió y me llevó con él.  

Me clavaron una aguja muy larga en una de mis patas peladas. Grité a todo pulmón todo lo que pude y más —seguro que hasta Pili me oyó— pero me sujetaron entre varios y no tuve posibilidad de escape. Esa tarde cuando llegamos a casa, me quedé al fin dormido, dormí lo que no había dormido en muchos días. Ya llevo tres semanas de quimio, cada semana Pili me coloca con el transportín en su andador, cogemos un taxi y nos vamos al polígono de Paterna para que me claven esa aguja, y volvemos a casa. Me siento mucho mejor, como, —pues ya se encarga Pili de que coma, me persigue con el comedero en la mano. Hasta me trae la comida a la cama, y si es necesario me la mete en la boca—, también me acicalo para estar tan guapo como siempre, duermo a pata suelta, y ya llevo varios días durmiendo por las noches con mi Pili.

Dentro de un año, puede ser que más, o puede ser que menos, yo me tengo que ir. Para mí es algo natural, pues yo vivo el momento, lo de ayer ni me acuerdo y el mañana lo desconozco. Los animales lo vivimos como un estado que hay que pasar y no nos cuestionamos nada, pero para los humanos es algo trágico y muy doloroso. Así que, si respondo bien al tratamiento, sin sufrir, —bueno eso de no sufrir con tantos pinchazos más la asquerosa pastilla que cada noche me mete Pili en la boca… ¡no sé yo, eh! —.

Pili tiene un año para salir de su negación y aceptar lo inevitable, que mi paso por la vida ha llegado a su fin, ella tiene que pensar que he sido muy feliz a su lado. He vivido como un Rey con ella.

FIN



ZOE Y NALA (Lápiz)