01 enero 2023

GUSI, mi niño bonito!


Enero del 2022, me siento abatida, destrozada, herida, engañada. Una de las personas en la que más he confiado y en la que le he depositado en sus manos todo mi ser me ha clavado un puñal por la espalda.

Pero hay otro ser a mi lado que me lame las heridas y me da todo su amor, sin condición y que siempre está ahí pendiente de mí, incondicional. Es Gusi, mi precioso gatito blanco, mi niño bonito. Todo el amor que hay en mí lo he depositado en este gatito. Lo quiero con locura. Pienso que si algo le pasara yo me hundiría. No lo podría soportar y triplicaría el dolor que pueda sentir ahora.

Gusi es mi bebé, mi nene y mi compañero de fatigas, nunca se separa de mí, ni un minuto, siempre está a mi lado, si puede ser pegadito a mí mejor, manteniendo siempre el contacto físico conmigo, allá donde voy viene él detrás, la cocina, el baño. Incluso cuando me ducho Gusi se achoca en la alfombrilla esperando que salga. En la cama se acurruca a mi lado, o encima de mí y entre mis piernas.
He aprendido a estar consciente cuando estoy en la cocina, que, aunque no lo esté viendo, saber que está ahí, detrás de mí, y así evitar posibles accidentes. Pues una vez, no lo vi y le cayó encima un pollo asado recién sacado del horno… Lógicamente el gato salió disparado. Eso sí, estuvo un par de horas lamiéndose, hasta que lo pude limpiar con espuma en seco para gatos, pero eso y nada es lo mismo, pues se quedó amarillo. Terminé bañándolo en la pila del cuarto de baño con agua templada y jabón y aquel día mientras lo bañaba se oyeron los alaridos de Gusi en toda la finca. Lo sequé, lo cepillé y como me adora se volvió a hacer amigo mío.
Me ronronea constantemente, es su manera de demostrarme lo mucho que me quiere, su amor. Así lo siento y me lo hace sentir. Cuando no está a mi lado, voy a buscarlo, porque si no está pegado a mí lo echo en falta enseguida. Me falta.

Entre Gusi y yo hubo un auténtico flechazo mutuo, desde el minuto cero, cuando entré en aquel refugio de Mallorca. Es difícil de explicar, pero fue una conexión inmediata. Me eligió. Y de algún modo sepe que ese gatito de seis años me estaba esperando. Mi destino era ir a Mallorca para encontrarme con Gusi en un momento de nuestras vidas que más nos necesitábamos el uno al otro.

Luego me contaron su historia, y lo que me impresionó es, que le hubiesen operado para quitarle las uñas, para después abandonarlo en un refugio. Y es que, me parece una salvajada que le hagan eso a cualquier gato, porque es cortarle como los dedos, porque les cortan parte del hueso o tendón donde les nace la uña. Más el postoperatorio que es muy muy doloroso para el animal, más los traumas que le crea, no pueden trepar, ni cazar, ni jugar con los juguetes y mucho menos poderse defender de otros gatos u otros animales. Y desde aquí hago un llamamiento a todas esas personas que han adoptado un gatito y piensan hacerles esa práctica –por lo ilegal– no le deis ese sufrimiento a vuestro animalito. Esta práctica hoy en día está prohibida.
No puedo imaginarme lo que habrá podido sufrir mi gusito, primero las uñas y después abandonado en un sitio que no es su hogar de siempre.

Cuando entré en aquel sitio tan bonito, lleno de tantos gatitos de muchas razas y colores, vi un gato blanco con un ojo de cada color, uno azul y el otro amarillo, que se me metió entre las piernas, restregándose y rozándome con la cabecita. Me enamoré. Como no me sentía capacitada para cogerlo en brazos me senté en una silla y se me subió encima. Así que compré un billete de avión y me lo traje a Valencia. A casa. 

Tengo dos gatitos más, Luz y Leo. Tanto Luz como Leo me dan su cariño y compañía y yo los quiero mucho, pero, la conexión sólo la tengo con Gusi. Es insustituible. 
Se puede decir que no escatimo en nada con mis tres gatos, comen de lo bueno lo mejor. El mejor pienso, las mejores latitas de mercado, y las mejores chuches. La arena vegetal, la más fina, para que no se les claven nada en las patitas cuando hacen pipi o caca, sobre todo Gusi que le faltan las uñitas de sus patitas delanteras. Mi niño bonito.

Digo que la vida no es bonita, pero si tiene cosas bonitas, aunque sí la considero cruel. La vida es cruel con todo ser vivo. Pero sí, una de las cosas bonitas que me ha podido dar la vida, entre otras cosas, es, a Gusi. Da sentido a mi vida junto a Luz y a Leo. Son el sentido de mi vida. Pero Gusi me salvó y yo lo salvé a él.

FIN.

NOTA. Nunca me hubiese imaginado que un año después de haber escrito estas palabras Gusi ya no iba a estar entre nosotros. Falleció por un linfoma el 28 de diciembre de 2022 entre las 16:00 y las 17:00 horas. Un trocito de mí se ha ido, el dolor y el vacío que deja es inmenso.
Me consuela un poquito el pensar que su último aliento estuve junto a él procurando que me oliera y me sintiera. Murió en su mantita oliendo a casa y mi mano acariciando su cabecita.
GUSI 2011-2022


GUSI

 Por Pili Sánchez Banacloy

Mi nombre es Gusi, soy un lindo gatito blanco con un ojo azul y otro amarillo o quizás verde, según la luz con la que se me mire. Ya soy un gato mayor, y en estas últimas semanas me han detectado dos linfomas y me han dado menos de dos meses de vida. Ha llegado mi hora. Mi dueña se llama Pili, a la que adoro. Ella se niega rotundamente a dejarme ir, así que me ha sometido a un tratamiento de quimio, en el que se me va a alargar la vida sólo un año o año y medio más, si respondo positivamente, pues solo tengo un cincuenta por ciento de posibilidades de que salga bien. Yo me siento mejor desde que me están pinchando. 

Fui abandonado en un refugio para gatos en Inca —Mallorca—, por los familiares de mi queridísima dueña de entonces cuando ésta falleció. Recuerdo a aquella ancianita que me colmaba de mimos y atenciones, veíamos juntos las telenovelas de las tardes y mientras yo me acurrucaba en su regazo, ella me acariciaba mi denso pelaje durante horas.

Cuando ella se fue nadie se quiso quedar conmigo, y fui a parar a aquel refugio, donde pasé varios años, durante los cuales tuve que aprender a defenderme de aquellas fieras, sin uñas, pero con dientes. Por razones que nunca se sabrán, pero que se pueden suponer con facilidad, fui operado siendo aún un cachorro y me quitaron las uñas de mis patitas delanteras. Quedé completamente indefenso ante otros felinos, con la imposibilidad de poder trepar, cazar o jugar con algunos juguetes. Menos mal que hoy en día esto está prohibidísimo, pues es algo bastante traumático.

Pasé mi vida de cachorro con aquella viejecita que me tenía en una nube de algodón, y de repente caí directamente al duro suelo. Lo pasé tan mal en aquel sitio que todavía tengo pesadillas y doy pequeños quejidos mientras duermo, y Pili, mi nueva dueña, viene corriendo a ver qué me pasa, me coge y me apapacha, me colma de besos y arrumacos, que yo devuelvo frotando mi cabeza contra ella y moviendo el rabo. Durante varios años estuve en aquel sitio, junto a muchos otros gatos que también habían sido abandonados o perdidos, con una diferencia, ellos sí tenían sus uñas. Todos los días venían algunos humanos que nos cuidaban, nos alimentaban, nos limpiaban y demás, y nos daban cariño acariciándonos. Yo pasaba mis días con el deseo y la esperanza de que alguien viniese me llevase consigo y me diese un bonito y confortable hogar. Pero siempre se llevaban a los más jóvenes, los más cachorros y bebés, por mucho que hiciera alarde de mis encantos cuando venía alguien. Porque, aunque era un gato ya adulto, tengo una belleza exótica. ¡Soy muy guapo, para qué nos vamos a engañar!

Un día apareció por la puerta Pili, enseguida fui a rondarle, frotándome por sus piernas. Ella se quedó encantada y maravillada al verme, quiso cogerme, pero no se atrevió. Entonces se sentó en una silla y me llamó, yo acudí y sin pensármelo dos veces me subí en su regazo y empezó a acariciarme. Se enamoró de mí. Me decía cosas, yo no entendía nada de lo que decía, pero me gustaba. Y entonces, dijo:

—¡Es para mí! Lo quiero, no puedo dejarlo aquí. Me lo llevo a Valencia.

Se fue y al día siguiente volvió con un transportín y me llevaron al veterinario. Me puse tan nervioso y asustado que me lo hice todo encima. Me pusieron las vacunas, un chip, y me sacó un pasaporte para poder entrar en la península, y a partir de ese momento Pili se convirtió en mi mami. Me compró un billete de avión, pero para llevarme con ella en la cabina el transportín debía tener unas medidas específicas y conmigo dentro no pesar más de ocho kilos. Me pesaron y pesaba seis kilos. Con Pili he llegado a pesar ocho kilos, y es que me alimenta muy bien, y además los gatos de mi raza somos corpulentos, vamos, que soy un gato grande.

Yo estoy encantado con mi Pili. Por las noches me acurruco en el hueco que hay entre su barriga y sus piernas y ahí me quedo toda la noche, cuando ella se da la vuelta espero a que se quede quieta y me vuelvo a colocar, siempre pegadito a ella. Y allá donde va, voy yo detrás.

Un año después de mi llegada a mi nuevo hogar, llegó Luz, una preciosa gatita parda con los ojos verde esmeralda, para quedarse con nosotros. Yo me enfadé muchísimo, pensé que me iba a quitar mi sitio y el cariño de Pili, y la atacaba, le tiraba a morder y le bufaba cuando la veía. Pero se me pasó. Hoy somos compañeros y nos damos amor, jugamos al escondite o a perseguirnos, y otras veces nos peleamos, pero nos queremos. Y el año pasado llegó un bebé siamés de tres meses. A este sí que no lo aguanto, es un demonio y me tiene frito. Se llama Leo, en honor a un personaje de una biografía que se estaba leyendo Pili en el momento de su llegada.

Cinco años después, sigo pegado a mi Pili, tenemos una conexión muy fuerte, la he visto reír, y llorar, esto último muchas veces y yo no sé qué hacerle, a veces me pongo simplemente a su lado, para que sienta mi presencia, que estoy ahí con ella. Otras veces la muerdo en el brazo, o en la manga y tiro de ella para llevármela a otro lugar y protegerla. Pero ella no lo entiende y se resiste, al final se enfada, se levanta del sofá y se va, ignorándome por completo. Luz se pone al otro lado de ella cuando la ve triste, Luz no la muerde, solo se pone a su lado, o le reclama caricias y atención frotándole la cabeza en su pierna, para de esa manera distraerla.

Y bueno, hace unas cuantas semanas me empecé a sentir muy mal, dejé de comer, de acicalarme, de dormir, y dejé también de dormir con Pili, ella se alarmó y me metió en el transportín y me llevó al odioso veterinario, y allí me quedé dos días con sus noches. Me durmieron y me hicieron de todo, y me desperté dentro de una jaula, con dos goteros y dos máquinas, con las que creo que me administraban la medicación. Estoy seguro de que Pili se fue a casa y lloraría desconsoladamente por no tenerme con ella. Una de las veces que vino a verme, la muy loca se metió en la jaula conmigo. A mí me habían puesto un comedero con comida húmeda, para a ver si comía. Ella empezó a meterme los trocitos de carne en la boca y yo los iba masticando y tragando, porque Pili me decía que tenía que comer, porque de lo contrario me iban a meter una sonda por el cuello. –¡Oh no, eso no! – Ya me habían hecho bastantes chichinas, pinchándome por todas partes, me habían afeitado la barriga entera, parte del cuello y las dos patas, una de las patas la tenía con un vendaje por donde salía un tubo enganchado a una aguja clavada en mi pata.

Dos días después de darme el alta, nos mandaron a un hospital de especialidades veterinarias, que está en un polígono industrial fuera de la ciudad. Fuimos al departamento de oncología. Yo, desde el trasportín, veía las lágrimas de mi Pili, y tras una larga deliberación con el oncólogo, me miró y me dijo: 

–¡Vas a vivir un año más! Y me dicen que no vas a tener efectos secundarios–. Acto seguido, el oncólogo me cogió y me llevó con él.  

Me clavaron una aguja muy larga en una de mis patas peladas. Grité a todo pulmón todo lo que pude y más —seguro que hasta Pili me oyó— pero me sujetaron entre varios y no tuve posibilidad de escape. Esa tarde cuando llegamos a casa, me quedé al fin dormido, dormí lo que no había dormido en muchos días. Ya llevo tres semanas de quimio, cada semana Pili me coloca con el transportín en su andador, cogemos un taxi y nos vamos al polígono de Paterna para que me claven esa aguja, y volvemos a casa. Me siento mucho mejor, como, —pues ya se encarga Pili de que coma, me persigue con el comedero en la mano. Hasta me trae la comida a la cama, y si es necesario me la mete en la boca—, también me acicalo para estar tan guapo como siempre, duermo a pata suelta, y ya llevo varios días durmiendo por las noches con mi Pili.

Dentro de un año, puede ser que más, o puede ser que menos, yo me tengo que ir. Para mí es algo natural, pues yo vivo el momento, lo de ayer ni me acuerdo y el mañana lo desconozco. Los animales lo vivimos como un estado que hay que pasar y no nos cuestionamos nada, pero para los humanos es algo trágico y muy doloroso. Así que, si respondo bien al tratamiento, sin sufrir, —bueno eso de no sufrir con tantos pinchazos más la asquerosa pastilla que cada noche me mete Pili en la boca… ¡no sé yo, eh! —.

Pili tiene un año para salir de su negación y aceptar lo inevitable, que mi paso por la vida ha llegado a su fin, ella tiene que pensar que he sido muy feliz a su lado. He vivido como un Rey con ella.

FIN



10 julio 2022

EL CUADERNO AMARILLO

por Pili Sanchez Banacloy

    Compré en su día un cuaderno de hojas un tanto amarillentas en blanco, de lomo cosido, de tapas duras y de un amarillo brillante muy bonito. Pensé que sería un buen regalo para J. ya que una de nuestras afinidades era el amarillo como color, la pasión por las letras y la escritura. Se me ocurrió rellenarlo de mi puño y letra, con textos y dibujos. Solo para él. Y plasmar en él todo el amor que sentía. Y poco a poco lo iba rellenando con expresiones, textos sobre cómo el universo o el cosmos me favorecían teniéndolo a él. Lo afortunada que me sentía al tener su presencia a mi lado. Todos esos escritos y dibujos hechos solo para sus ojos, para su ser, ya nunca los podrá ver.  Ya nadie los podrá ver, ni leer, ni siquiera yo. No me dio tiempo a acabar su libro, pues me dio una puñalada por la espalda. Y me mató. Morí. Morí para él.
    
    Hoy he cogido ese bonito libro de tapas duras y amarillas, lo he ojeado y con llanto amargo he arrancado una a una cada hoja, cada escrito, cada dibujo de él o hecho para él, cada trocito de mi corazón, de mi profundo ser, y ha sido pasado por la trituradora de papel. No queda nada. Ya no queda nada de él. Es triste. Nunca hice algo semejante por nadie y jamás lo volveré a hacer. Es mi último adiós, en silencio.
  
  Hoy tengo unas tapas duras de un amarillo brillante muy bonito, con el lomo medio descosido pues solo queda un puñadito de hojas amarillentas en blanco. Las rellenaré con dibujos de mi nueva vida después del ocaso. Un nuevo horizonte donde unos salen y nuevas caras entran. Porque todo comienza con una decisión.
    
    Con un pequeño relato.


28 junio 2022

EL COMEDOR

Por Pili Sánchez Banacloy

Me miro los pies mientras camino, veo cada paso que doy y escucho el crujir de la hierba y las hojas secas al pisar. Percibo el olor de los pinos y de los matorrales. Paseo por la hierba de los Jardines del Turia, el cauce del viejo río que atraviesa toda la ciudad, Valencia, hoy convertido en un gran jardín. Levanto la cabeza e inspiro hondo, y por unos segundos me siento viva y llena, hasta que vuelvo a mi estado de tristeza. Intento dirigir mi mente al presente, pero me alejo. Entonces me centro en los recuerdos, buscando algo que me haga sentir bien y en calma.

Recuerdo el largo pasillo de mi casa montada en mi triciclo. Tenía tres anchas ruedas, era amarillo y me encantaba. Me sentía feliz dándole a los pedales y recorriendo casi toda la casa, del pasillo hasta el amplio recibidor, por lo que daba un gran rodeo y volvía de nuevo al pasillo. De allí me encaminaba a toda velocidad hasta llegar a la puerta encristalada del comedor, situada al fondo, que casi siempre estaba abierta. Después me adentraba en esa parte de la casa que casi nunca se usaba, sólo cuando había una celebración especial. El que más lo usó fue mi hermano mayor, cuando ponía música en el tocadiscos que había al lado de un gran aparador. Éste era de madera, recuerdo cómo brillaba y su suavidad al tacto. Casi todos los muebles de casa tenían ese brillo y suavidad peculiar que mi abuela les había dado con sus propias manos, pues mi yaya había sido pulimentadora de muebles toda su vida, una labor artesanal que hoy en día no sé si está en desuso. Tenía cuatro patas, así que había un buen hueco entre el mueble y el suelo para poder esconderme y que mi hermano no me viese cuando lo observaba bailar frente al espejo con sus zuecos de madera y sus pantalones acampanados. Aquel mueble gigantesco tenía tres armarios en la parte de abajo, con cuatro puertas, las dos centrales eran del armario de en medio. Cada puerta tenía un tirador colgante, dorado, y aunque tengo un vago recuerdo de sus detalles parecía como un péndulo. El espejo formaba parte de este aparador, enmarcado de la misma madera, que hacía ondas florales por los vértices. Todo él se veía enorme. Encima había un tapete de punto de gancho de los que hacía mi madre, estrecho y largo, puesto de un extremo a otro del mueble, y sobre éste, tres candelabros, uno en el centro y los otros dos a los lados perfectamente alineados. Y entre los dos de la derecha, había un teléfono, de color gris, de aquellos que tenían una rueda giratoria llena de agujeros redondos. Me encantaba meter el dedo y girar la rueda, una y otra vez.

En la pared de enfrente, había otro gran mueble —una gran vitrina con estantes y puertas de cristal cuyo fondo era un espejo— del mismo estilo, la misma madera, los mismos tiradores y que ocupaba toda la pared. Estaba lleno de diversos tipos de vasos y copas entre figuritas y platos decorativos. En la parte de abajo había tres armarios con cuatro puertas, dispuestos de la misma manera que el anterior, donde mi madre guardaba la vajilla de las ocasiones especiales. En el centro había una mesa larga, con su tapete de punto de gancho —hecho también por mi madre—, y en el centro había un jarrón en tonos azulados, no recuerdo si éste tenía flores o no. Al fondo había una gran puerta encristalada con los marcos de madera, que daba paso a un balcón. A la izquierda de ésta, en el rincón, el sillón orejero, justo al lado del aparador, tapizado en diversos tonos azulones, con las patas y los brazos de madera. Los reposabrazos también estaban tapizados. Ahí era donde mi padre se sentaba los sábados y los domingos a leer el periódico, en soledad. Yo hacía una entrada triunfal con mi triciclo, le daba varias vueltas a la mesa, para volver a encaminarme de nuevo hacia el pasillo. Otras veces entraba con mi cuento en la mano, sabiendo que mi padre estaba ahí, leyendo el periódico, o algún libro, y me subía encima de él para que me lo leyera o para que lo leyésemos juntos, pues fue mi padre quien me enseñó a leer y a escribir, ya que por circunstancias, mi escolarización fue tardía. Así que cuando yo fui al cole por primera vez, ya sabía leer, escribir y dibujar. Esa parte me la enseñó mi padre, y otras cosas las aprendí en el hospital, al que iba cada día bien temprano, prácticamente desde que nací.

Adoraba mi triciclo amarillo, pero crecí hasta que ya no cupe en él, y se lo llevaron. Lloré buscándolo, y mi otro hermano me dijo que lo habían dejado en el descampado que había a final de la calle, para otra niña. Así que cada vez que pasábamos por dicho descampado, miraba hacia todas partes para ver si lo veía, pero nunca lo volví a ver. Más tarde me compraron una bicicleta BH de color azul, con cuatro ruedas, dos grandes y dos pequeñas atrás. Nunca fue lo mismo. A veces mi padre me bajaba al río para que correteara con ella, pero pronto me cansé y le perdí el interés, abandonándola. No recuerdo que fue de aquella bicicleta. Ese triciclo marcó un periodo de mi vida en el que fui absolutamente feliz. A pesar de la corta edad que tenía entonces, me sorprendo de la cantidad de recuerdos de aquella época que se me han marcado, como mi triciclo amarillo y todo lo sucedido en aquel entonces. Quizás por eso sea hoy el amarillo mi color favorito, y que casi todo lo que me rodea hoy en día es de ese color.

Fui al colegio, llegué a la universidad y me hice mayor. Mis padres me hicieron estudiar hasta el final. La universidad fue otra época de mi vida en la que volví a ser feliz, en la que no me paraba nadie, era invencible y eternamente joven. Llegaron las fiestas y ya me desmelené. Todo era arte, expresión, y lo demás me importaba un bledo. Hoy recuerdo esa época de mi vida con nostalgia. Fue muy loca, pero si la pudiese volver a vivir no cambiaría nada. Hace años decía que, aquellos años universitarios fueron como una transición en mi vida y que hoy soy lo que soy a partir de ahí. No, eso no es cierto, sí que hubo una transición en mi vida en aquellos años, pero hoy digo que soy lo que soy gracias a mis padres, a los tiempos del triciclo, en ese comedor donde mi padre me leía cuentos sin parar. Él conseguía que mi imaginación volase con cada libro que me leía.

Me hizo creer que yo era superior y por eso tenía que estudiar, para ser alguien en la vida y vivirla plenamente. Inculcó en mí unos valores muy sólidos. Estudié y tuve la suerte de trabajar de lo que había estudiado y me gustaba. Y con mis primeras nóminas me fui de casa, me enamoré, me desenamoré, tengo unas cuantas tiritas permanentes en el corazón, y creo que las llevaré de por vida. He conocido el sufrimiento, pero también el amor, he reído, he llorado, y he tenido lo que he querido gracias a mis padres. Tampoco quiero quitarle mérito a mi madre, pues ella, a parte de su función de madre, y también de hacer de “la mala” y darme en el culo cuando me portaba mal, y eso era muy a menudo, ha sido quien me ha llevado y me ha traído, de casa al hospital y del hospital a casa cada día, y luego al cole. Me esperaba en la sala de espera mientras estaba en rehabilitación. Ella es por cierto quien hizo todos los tapetes de punto de gancho que había en casa, y también las colchas de las camas.

Hoy vivo sola en la casa donde pasé mi infancia, y aunque tiene la misma distribución, hoy no tiene nada que ver con aquella que permanece en mi memoria, en aquel comedor en el que no se hacía vida y que mi madre lo mantenía impecable para las ocasiones especiales. Hoy es mi salón de estar, donde hago vida con mis gatos. Los muebles son bajitos y blancos, mi sofá está situado donde hace más de cuarenta años se encontraba aquella gran vitrina. Ahora, en medio, hay una mesita central, con mi portátil, donde escribo y donde suelo tener una copa de vino. Pues de mi padre me viene el amor por los libros y por los buenos vinos. Recuerdo a mi padre descorchar una botella y poniéndome un poquito en un vaso, y a mi madre riñéndole.

—¡José, no le pongas vino a la chiquilla!

—Es solo un poquito. No le va a hacer ningún daño— mientas se sonreía.

Enfrente, donde se situaba el gran aparador, hay un mueble largo y bajito, con cajones, y encima, un supertelevisor. Y a la izquierda, un mueble auxiliar con un pequeño equipo de música, nada que ver con aquella gran caja de madera con una tapa de plástico que contenía un tocadiscos y una pletina. Pues no hace falta decir que, cuando nadie me veía, lo observé, lo toqué y lo estudié con todos aquellos botones giratorios, no hubo ninguna clavija de aquel trasto que no pasara por mis manos. Siempre tuve predilección por esta parte de la casa. El comedor.

Mis padres, unos padres ejemplares, que lucharon y pelearon para darme una vida y un futuro. Hoy resbalan las lágrimas por mis mejillas al escribir estas líneas, al recordar especialmente a mi padre. Hoy apenas me recuerda, a veces sí y a veces no. Y lloro por la injusticia porque me viene al pensamiento que él no se merece acabar así, y cada vez que lo veo se me parte el alma, y lloro en silencio cuando regreso a casa. Pero enseguida me enjugo las lágrimas, porque lo recuerdo diciéndome una y otra vez que hay que aceptar la vida como viene, con lo bueno y con lo malo. Y seguir viviendo. Así que ¡no importa! Yo siempre sabré quién es mi padre.

Paseando por los jardines del antiguo río Turia, recuerdo —y de esto no hace muchos años— cuando veníamos aquí a caminar mi padre y yo. Cuando nos cansábamos, nos sentábamos en el primer barecillo que encontrábamos a tomarnos un par de cervezas. Y me decía:

—Ayyyy ¡cómo te gusta el drinking, pájara! Y yo me reía.

FIN

10 enero 2022

ESAS IDEAS


Diseño de Milton Glaser. 1977

No recuerdo donde lo leí, hace ya, más de 30 años, pero se me quedó grabado por su sencillez, y quizás esta historia en mi memoria esté un tanto distorsionada, por el transcurso de los años, este logo fue dibujado (diseñado) con un lápiz de color rojo, que el diseñador Milton Glaser sacó de su bolsillo. 

Creo que, éste estaba sentado en una cafetería, y, en el reverso de un sobre, con este lápiz rojo, este señor dibujó una “I”, luego la silueta de un corazón y a continuación dos letras, una “N” y una “Y”.  Así de sencillo.  Pues se le había encargado hacer un logo que regenerara la suerte de Nueva York. Este trocito de papel se encuentra en la colección permanente del “MOMA” de Nueva York. Son  millones que ha movido este logo, y el creador, no percibió absolutamente nada por él.

Cuántos diseños solemos hacer… cuántos he hecho para otros a cambio de nada o de alguna miseria. Es lo que tiene trabajar para otro… y no tienes la valentía, la iniciativa o los medios, para lanzarte a la piscina de cabeza y trabajar para ti mismo. Cuantas ideas que se te ocurren y con ilusión vas a tu jefe y éste te felicita, y en ese preciso momento, deja de ser tuya y es plasmada.

Cuantas ideas me han salido y me siguen saliendo... estando sentada en una cafetería o alguna terraza o en la cama intentando dormir.

Muchas veces (cuando trabajaba) me he tenido que levantar de la cama para ir a plasmarla. Era vital. O, se desvanecería… Aunque muchas de esas ideas plasmadas en un cuaderno o papel jamás llegaron a nada.

La simpleza de la idea que tuvo este señor para plasmar este logo, después de darle mil vueltas sin conseguir nada, de repente y sin esfuerzo le salió. Y es que, así salen las buenas ideas. Y se dice que, en la simpleza está la dificultad. 

Yo iba a ser ilustradora, iba a ser pintora, iba a ilustrar libro y cuentos. Me fascinaba pensar que ese, ese sí, ese iba a ser mi futuro, y ya con los pies en Bellas Artes, no sé qué pasó y dí un giro de 180º  y me fui por la rama del diseño y empecé a dar mis primeros pasos en la Escuela de Artes y Oficios y allí descubrí la publicidad, el dibujo publicitario… el Diseño Gráfico, el mensaje escrito, una mezcla entre las letras (mi faceta oculta y frustrada) y la ilustración, iba a ser diseñadora gráfica. Así que, de ahí a la Escuela de Arte y Superior de Diseño de Valencia.

Hubo una época en que me sabía casi todos los nombres de las tipografías, bueno, vale de acuerdo, lo dejamos en “muchas” pues hay miles… Me encanta el dar forma a las letras, jugar con ellas para dar un mensaje y conseguir que las mentes se fijen en lo que tu quieres y que lo deseen… Si consigues eso, has triunfado.

Media vida después y ya jubilada, Puedo decir que he tenido suerte en la vida, estudié lo que quise y trabajé de lo que estudié… en unos cuantos sitios, editoriales, estudios de diseño, imprentas (fábricas)... Y, aunque ya no me dedique a esto, el gusano está en mi interior y las ideas de vez en cuando me surgen allá donde esté, inclusive cuando iba a la consulta de Don Bueno Y qué.

Surgen de todo tipo, la mayoría ni caso hago, otras la memorizo porque no suelo llevar un lápiz de color rojo en el bolsillo como Milton Glaser aquel día de 1977.  Y otras solo  hacen que mi vida física sea un poco más fácil, consiguiendo hacer cosas que por la vía común no conseguiría.... 

ZOE Y NALA (Lápiz)